LA MINIMA DESTREZA DE SOLO EXISTIR
Lcdo. Martín Zambrano A.
En la vida de los Seres humanos es bastante común el hecho de que, aún con nuestras facultades físicas y mentales plenamente funcionales, cuando pasamos por experiencias aparentemente agrias o por aquellos tristes conflictos emocionales, sentimentales y pasionales (relativos a cualquier forma de relación personal con el mundo) que consideramos como profundamente traumáticos y a los que asignamos –generalmente, con la más absoluta ligereza- el carácter de insoportables o insufribles, no existe mayor e irreflexiva solución que atravesar el umbral –sin reparo alguno- de esa inmensa y ancha puerta del escape existencial.
Oprimidos y amargados, estresados y vencidos por nuestros viciosos complejos, ansiosamente nos suscribimos al club de la vida loca con una afiliación de larga membresía en la que aprendemos a desdoblarnos, con técnica maestra, entre hipócrita formalidad y cínica anarquía filosófica.
En estas circunstancias, un desastroso conceptualismo hipocondriaco se apodera completamente de nuestra compulsiva voluntad y nos somete a la más injustificada decadencia de los valores morales y espirituales, entonces -vacíos de espíritu- dejamos que la semilla del odio hiera y destruya el ultimo rasgo de sensibilidad humana que nos queda. Sin embargo, cuando un pequeño destello de luz conciencial nos permite –momentáneamente- apreciar más allá de nuestras aturdidas reflexiones y descubrir la fortaleza excepcional de las personas minusválidas, la vergüenza y el desconcierto –inevitablemente admitidos- nos dejan totalmente atónitos y parodiados en una lastimera imagen autoconmiserativa.
Si, indudablemente, nos resulta bastante difícil explicarnos como es posible que aquellas personas mermadas en sus capacidades físicas –e incluso, en sus capacidades mentales- puedan superarnos ampliamente en casi todos los ámbitos –gimnasia, atletismo, arte, cultura, ciencia…- de la actividad humana.
Esta inmensa lección de fortaleza de las personas con discapacidades nos deja muy en claro el hecho de que nosotros, quienes tenemos el privilegio de contar con el “equipo completo” y de conjeturarnos “normales”, simplemente nos hemos pasado la vida dedicados a monumentalizar aquellas pequeñas dificultades que hubiéramos podido resolver con un esfuerzo menor y, sobre todo, con humildad y amor propio.
Este formidable ejemplo de permanente y perseverante superación -de los excepcionales Seres discapacitados- que se multiplica a diario en los diferentes escenarios del mundo, debe permitirnos reflexionar o “abrir la mente” para entender que los viejos moldes o estereotipos nocivos y autoconmiserativos del tercermundismo deben ser totalmente desestimados como filosofías existenciales.
Es hora de entender y aceptar, definitivamente, que la energía de nuestra “supuesta normalidad” no debe ser desperdiciada de ninguna manera; que debemos valorarnos, respetarnos y querernos así mismos para obtener la respuesta positiva de los demás. Debemos aceptar que el mayor defecto y error que nos acompleja es el desestimar nuestros valores reales y, más que nada, habernos adaptado a la mínima destreza de solo existir.
7 de nov. del 2008